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El Otro "Yo" De Steed: Patrick Macnee
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La Receta De Un Éxito

En las primeras semanas de 1961 y a punto de cumplir sus entonces 39 años, Patrick recibió una advertencia que sin lugar a dudas giraría el sentido de su vida en un ángulo decididamente obtuso. Le dijeron algo así como:

“Mirá Pat, más vale que vayas puliendo tu papel, porque no tiene ni cinco de personalidad, esa ropa que usás es un horror... y la cosa no funciona, ¿viste? Así que ponete las pilas, apelá a tu inventiva, estrujate los sesos, pensá en algo... y tranqui, volvé mañana”.

Era el sano consejo de un amigo, sí, pero ese amigo era Sydney Newman, nada menos que el creador de Los Vengadores, el (nunca acreditado) papi absoluto de la serie.

Patrick cuenta que salió de esa oficina más rápido que un rayo láser, desmoralizado y hasta enojado. Veía peligrar su permanencia en un show televisivo que vislumbraba ser un éxito rotundo y no quería perder su vital fuente de trabajo, porque principalmente tenía dos hijos casi adolescentes que mantener.

Así que se fue a su casa, trató de controlar los nervios, (apostamos sin temor a perder, que) se preparó un buen whisky escocés y se sentó a meditar porqué su personaje que se llamaba John Steed, que usaba un impermeable al mejor estilo detectivesco y al que nunca se le caía el cigarrillo de la boca, no funcionaba. ¿Sería tan difícil hacerlo funcionar?

Es obvio que por la cabeza de Patrick debe haber desfilado todo un cúmulo de recuerdos de la más variada índole, que a la larga dejarían una marca registrada en los anales de la televisión mundial.

Llevaba casi 20 años sobre los escenarios, tratando de hacerse de un nombre que redituara algo para su gran amor: la actuación. Así que los personajes literarios fluyeron espontáneamente a través de sus pensamientos. Y se dio cuenta que la apariencia física de su ídolo, el actor Leslie Howard, en el film de los ‘30, “The Scarlet Pimpernel” (“La Pimpinela Escarlata”), pintando a un hombre que aún vistiendo elegantemente constituía toda una amenaza para los amantes del mal, podía encajar acertadamente en su rol de John Steed. Claro que si de prestancia física hablábamos, ¿qué tal el personaje que interpretaba Ralph Richardson en “Q Planes”, un detective del Scotland Yard que portaba un distinguido sombrero con las alas curvadas hacia arriba y un paraguas enrollado apretadamente? Hmmm... buena idea.

Pero Patrick es ante todo realista, de modo que sus cavilaciones no sólo deambularon por personajes de ficción: al contrario, se fueron principalmente para el otro lado. Y se detuvieron en dos seres de carne y hueso, dos seres que habían calado en lo más hondo de sus entrañas.

Los horrores que Patrick, al igual que todos, había vivido como muy joven oficial de la Royal Navy durante la Segunda Guerra Mundial, le produjeron una única herida, pero quizás la peor de todas: ese trauma mental que nunca termina de curarse. No obstante al mismo tiempo, le depararon la suerte de haber conocido a su comandante, Bussy Carr, “un hombre increíblemente valiente que se aparecía en cubierta con un clavel en el ojal”, que ejerció una gran influencia sobre él. Esa bravura, esa determinación (“nunca le dijeron lo que tenía que hacer”), ese poder de decisión, eran rasgos que también podrían ser conferidos a su querido personaje John Steed.

Pero seguramente, el “look” definitivo de Steed no estuvo completamente delineado hasta que Patrick, por enésima vez, recordó a su desaparecido padre, con quien, irónica y amargamente, nunca había tenido una relación en el verdadero sentido de la palabra. Según lo pinta su hijo, Daniel Macnee “era todo un dandy”, también usaba “un clavel en el ojal de su saco”, un pañuelo anudado al cuello “con una perla auténtica”, un “adorable chaleco bordado” y sobretodos con cuellos de terciopelo. Nada más parecido a Steed... sólo que Daniel medía apenas un poco más de 1,60 m y Patrick eleva su formidable figura hasta 1,85 m.

Con Leslie Howard, Ralph Richardson, Bussy Carr y Daniel Macnee danzando por el cerebro de Pat durante toda esa noche, resulta obvio que las irrefutables pautas que habrían de perfilar al “nuevo” Steed quedarían definitivamente establecidas.

“En cierto sentido, todo es estilo, --diría Patrick mucho tiempo después--. Para mí, la idea general (y creo que ésto va hacia las mismas raíces del ser inglés) era tomar lo ordinario y volverlo extraordinario”.

Al día siguiente dio instrucciones precisas a su sastre para que cambiara de raíz todo el ropaje que usaría en el show. Cuenta que poco después, Sydney Newman lo vio con un inmaculado traje de tres piezas y bombín a la cabeza... y quedó petrificado. Patrick tembló como una hoja, avizorando un irremediable despido, e intentando congraciarse con su jefe, le hizo una reverencia con el sombrero. Newman por fin pudo abrir la boca: “¡Al diablo! ¡Ahora sí que estás distinto!”

¡Patrick había concebido el Steed perfecto! (¡y conservó su trabajo!)

Sólo faltaba un detalle: como agente del Servicio Secreto Británico, que velaba por la seguridad de los demás, se suponía que Steed debía portar un revólver. Como ser humano que vio volar por los aires a tantos de sus compañeros durante la guerra, Patrick Macnee sentía y aún siente una terrible aprensión por las armas y la violencia real.

“Pero... Pat... ¿cómo Steed no va a tener un revólver?”, habrá insistido la producción. Y Pat, firme como una roca, seguro que les habrá indicado con aguda precisión lo qué podían hacer con el revólver.

“OK, entonces, ¿qué te damos?”

La respuesta resonó como una estampida. “Dame... un paraguas”.

A partir de ese momento, nacería una nueva versión de ese ser ficticio y único llamado John Steed, que salió de personajes de novela, pero que jamás había aparecido hasta entonces en ninguna novela. Un ser que hasta el día de hoy juega a las escondidas con Patrick Macnee, se trenza despreocupadamente en un mano a mano con él, se mete continuamente en su vida, le pide cosas prestadas... y llega un momento en que sus personalidades se entrelazan, se confunden, se fusionan, se hacen una sola. Tanto, que quizás Pat deba recurrir a veces a su documento de identidad para acordarse de cuál es su verdadero nombre: ¿Daniel Patrick Macnee? ¿O John Steed?

Como se ha dicho en reiteradas ocasiones, las chicas de Los Vengadores han jugado un papel decisivo en el show, tanto en su éxito como en su permanencia, elevándolo a la categoría de clásico de culto que perdura incólume hasta nuestros días. No sabemos qué repercusión habría tenido la serie si las “vengadoras” no hubieran estado allí. Pero todas ellas llegaron, tuvieron su esplendor y partieron.

Ese jamás fue el caso de Patrick Macnee. Fiel a una pasión innegable y al evento que le cambiaría su vida de raíz y para siempre, Patrick se aferró a un show que haría historia y permaneció en el andén. Durante 10 años, él fue el macizo pivote alrededor del cual la monumental maquinaria de Los Vengadores giró semana a semana, llevando a las pantallas hogareñas el más refinado entretenimiento de primer nivel.

Sin Patrick, Steed hubiera estado irremediablemente perdido. Y el público, seguramente, también.

Estas páginas pretenden ser un cálido tributo a Patrick Macnee, el nervio motor de una serie que ya en sus maduros 40 años, aún sigue siendo una niña mimada. Por eso, buceando por entre la vida de Patrick, vamos a sumergirnos de lleno en el antes, el durante y el después de Los Vengadores.

Los que estén realmente interesados en enterarse quién estuvo y aún está (en cuerpo, en alma, en espíritu, en todo) detrás de John Steed, siéntense cómodos, abran una botella de champagne bien helado... y empiecen a leer. Hay para rato.


Próxima: Antes de Los Vengadores

Antes De Los Vengadores, Permiso, Soy Yo... ¿Puedo Pasar?

Llegan Los Vengadores

Llegan Los Vengadores, La Punta Del Ovillo

Después de Los Vengadores

Después De Los Vengadores, Descansando Bajo La Sombra Del Paraguas De Steed

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