Steed Y Emma, Un Hombre Y Una Mujer
escribe Carlos
Decir que Los Vengadores es un producto
típico de los años '60 no es un gran descubrimiento ni representa
una novedad; sobre todo si lo afirmamos livianamente, repitiendo un estereotipo
de identificación configurado por una serie de lugares comunes
asociados a la época: la locura, el colorido, el pop, la psicodelia.
Porque lo que hizo de esa década un período floreciente
en la historia de la humanidad, subyace en realidad bajo esa pátina
de maquillaje, sacos de terciopelo y flores en el cabello con la que se
buscó reducir su potencial de transformación intrínseco
a una suma de elementos pintorescos; a un look inocente y desfachatado.
Ese
intento de camuflaje no fue casual.
Los ' 60 fueron el catalizador de intensas
transformaciones que venían gestándose de manera silenciosa
durante más de una década. No surgieron por azar. Como expresión
natural de un período de posguerra, los protagonistas de la generación
del ' 60 –muchos de ellos nacidos bajo el ulular de las sirenas y el silbido
de las bombas– encarnaron el clamor de un mundo que necesitaba desesperadamente
romper el hilo de una tradición cuya hegemonía estaba basada
en la traición a la vida, y era responsable de la destrucción
sistemática de todo aquello que da sentido a lo que hacemos y nos
proyecta como lo que en realidad somos: humanos.
Fue un tiempo de cuestionamientos profundos
y nada quedó bajo el tapete. Las relaciones parentales, el arte,
la racionalidad y lo inconsciente, la educación, el nacimiento
y la muerte, las estructuras del poder, la sexualidad y, por supuesto,
la relación hombre-mujer.
Es indudable que la relación entre
los personajes de John Steed y Emma Peel estaba imbuida de esa magia colorida
que citamos al principio. Pero sólo superficialmente. La amnesia
mediática desatada para convertir una revolución en ciernes
en espejitos psicodélicos afectó también la observación
de los fenómenos de esa década, dejándonos mano a
mano con los efectos, pero ciegos ante las causas.
Si hay algo que ha hecho famosos a Los Vengadores en el mundo entero
es el vínculo entre Emma y Steed. Su imagen no es el único
hallazgo de la serie, claro. Pero aún formando parte de un todo
coherente, el encanto de su relación es tan profundo que amerita
un capítulo aparte en la historia de los seriales televisivos.
No obstante, el análisis de esta magia vincular recae frecuentemente
sobre elementos ambiguos o pretenciosos. "Química", "carisma"
o "glamour" son algunos de los ingredientes preferidos a la
hora de definirla. Pero ¿de dónde surgen estos atributos?
En mi opinión, lo crucial en el
modelo relacional de Steed y Emma es más sencillo de lo que se
acostumbra percibir; es ampliamente superador de los lugares comunes respecto
de la emancipación femenina y otras postales de ese tiempo; y engrana
a la perfección dentro de la corriente innovadora que configuraba
el zeitgeist de la época. Lo medular en ellos no atraviesa
tanto la órbita de los roles personales sino el espacio compartido,
pensamiento clave de una era en la que el individualismo era un concepto
caduco y una realidad cuando menos indeseable. Es por esta razón
que el encanto de su vínculo se potencia con fuerza inusitada.
Porque genera un espacio de cooperación y asistencia mutua en donde
todo lo que nos hace hombres o mujeres esta puesto allí para ser
celebrado como un bien común o denostado como un problema común,
pero nunca para desnivelar la balanza.
Lo revolucionario del enfoque vincular
de Emma y Steed se engrandece mediante la genialidad en la manera de mostrarlo.
No se entretiene en la lucha de los sexos o en la creación de un
nuevo estereotipo, como el de la mujer emancipada, sino que busca trascenderlo
saliendo de la bipolaridad e ingresando a un territorio que bien podría
ser llamado "nosotros". Hacer lo contrario sería una
redundancia, porque para que verdaderamente exista una relación
igualitaria entre hombres y mujeres, tanto ellos como ellas deben ser
emancipados, de lo contrario sus posibilidades de relación se limitarían
a la repetición de viejos esquemas adquiridos a través de
la educación. Y lo más profundo y transgresor de la relación
entre ambos pasa precisamente por la superación de los esquemas
que hasta ese momento gravitaban sobre el eje de las relaciones femenino-masculino.
Steed y Emma son sencillamente un hombre
y una mujer. Y en la belleza diáfana de ser sencillamente hombre
y mujeres, sin el lastre de una tradición ni el estigma de los
preconceptos adquiridos, todo es posible. Es posible encontrarse en el
juego y en la intimidad; ser confidentes, aceptando el silencio. Es posible
cuestionarse sin reprocharse, seducirse sin acosarse, estar juntos sin
asfixiarse. Es posible considerar la sexualidad como un condimento de
la relación, sin el peso del tabú ni la necesidad imperiosa
de concretarla. Es posible vencer a los malos sin representar a los buenos.
Cuando no hay fuerzas morales instigando, la propia integridad es la única
recompensa. Y el brindis con champán la mejor manera de celebrarlo.
La pureza no es una virtud reservada para los santos, sino para quienes
siguen el rumbo de su propia naturaleza. John Steed y Emma Peel son las
personas más íntegras, lindas y puras que hayan habitado
alguna vez la galaxia televisiva.
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