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escribe Terylene
Bueno, bueno... no es necesario frotar la lámpara de Aladino
para hacer aparecer a los genios que han dado origen a uno de los
más descollantes episodios Avengers: por suerte siempre han existido.
Lo cierto es que Mr Clemens y Mr Hill mucho deben haberse concentrado
en lograr un producto que va más allá de los confines de
la imaginación común y juega con el delirio del espectador
como si en efecto se tratara de un relato tipo Alí Baba y Los 40
Ladrones. Tampoco es menester proyectarse al espacio exterior e internarse
en los terrenos de la ciencia-ficción para penetrar en un mundo
ilusorio. Estos señores lo han logrado solamente con decorados
sobrios pero sugerentes, enclavados dentro de las cuatro paredes de un
estudio televisivo y fundamentalmente, con un relato ultra-ingenioso,
repleto de humor, fantasía y surrealismo. Si eso no se llama talento,
¿entonces cómo deberíamos definirlo?
Mas no toda la genial estética de "Honey For The Prince"
recae en sus creadores, sino también en quienes estuvieron delante
de las cámaras. Los Vengadores se ha distinguido por ser una serie
en la que rara vez sus personajes han lucido desubicados. Pero quizás
nunca como en este episodio, todos ellos cobran inusual vida por
más secundarios que fueren, incluso aquéllos sin letra y/o
no acreditados, como si cada uno encajara magistralmente en este colorido
rompecabezas. ¿O cómo sustraerse a la muda presencia de
la asistente euroasiática de Arkadi, o a los fornidos de color
que hacen sonar el gong en la corte del príncipe Ali, o el desopilante
Napoleón que le arranca a Steed un buen parlamento en francés?
Si de este calibre son los personajes secundarios, uno fácilmente
puede darse una idea del de los principales. Una amiga dijo una vez que
si las abejas tuvieran rostro humanoide, ese sería el de Bumble
(Juana, ¡no pudiste ser más precisa!). Arkadi y su subalterno
Vincent conforman un dúo delictivo de contornos muy particulares:
el primero es un villano refinado y machista que dicta sus órdenes
más macabras sin descuidar su atención personal, mientras
es mimado por su asistente femenina. El segundo es un sutil asesino a
sueldo que no vacila en delatar a su jefe cuando se ve en apuros y cuando
sólo ha cobrado el 50% de su paga... en billetes cortados por la
mitad. Pocos podrían imaginarse un príncipe musulmán
de netas inclinaciones anglófilas y mucho menos jugando al cricket
con Steed en su propia corte, demostrando, ya que estamos, que tan buen
jugador no es. Dicho sea de paso, la magnificencia de la danza de los
siete velos de Mrs Peel enmascara las aristas sexistas que rodean la escena,
cuando más allá de las provocativas miradas del príncipe,
su Vizier y el propio Steed, se hace hincapié en el "retraso
mental" de la bailarina.
Pero indudablemente la nota que coloca el broche de oro en este episodio
es la agencia "Quite, Quite Fantastic" ("total, absolutamente
fantástica") y su dueño, Hopkirk. No sólo por
la colosal actuación de Ron Moody, en su papel de uno de los excéntricos
más notables de toda la serie (también cumpliría
una plausible actuación en "The Bird Who Knew Too Much"),
sino por la premisa. ¿Alguna vez alguien habrá imaginado
que podría acudir a cierto lugar que fuera capaz de recrear sus
propias fantasías? ¿Soñar con escalar el Everest,
con ser Napoleón o un cowboy en el Far West? Por cierto que no
pecaríamos de ingenuos si en nuestra imaginación concibiéramos
la QQF alguna vez para satisfacer nuestras más caras ilusiones.
¿Quién se anota? Y ni hablar si como corolario de tal aventura,
Steed y Emma nos hacen un lugar en su alfombra mágica...
Frente a tan sensacional creación, algunos no podemos evitar cierto
dejo amargo al admitir que este episodio marcaría el final de la
cuarta temporada, la del glorioso blanco y negro inmaculado y los guiones
más intuitivos, oníricos e imaginativos. La fascinación
y el futurismo vendrían después, pero el sabor de la
más pura esencia británica, esa que transpiró
por cada línea de los guiones de Los Vengadores, quedaría
irremediablemente atrapado en esta mítica etapa que finalizaba
con "Honey For The Prince."
escribe Pablo Alonso
Enmendando los errores de How To Succed
At Murder, la mejor de todas las temporadas cierra como se lo merecía
con este episodio, que funciona como un compendio de los mejores elementos
que constituyeron el estilo de la serie. Hay una organización (Quite
Quite Fantastic) que le permite a la gente realizar sus fantasías,
imposibles de vivir en la realidad, mediante elaboradas simulaciones.
En cierto sentido, la idea sería retomada un par de años
después en My Wildest Dream, donde
un terapeuta proponía a sus pacientes "matar" a sus enemigos
para descargarse. QQF ofrece todo tipo de actividades, pero los villanos
de turno se interesan en todo lo concerniente para poder asesinar al Príncipe
Alí de Bavaria. La trama hace uso inteligente de esto y del negocio
de venta de miel; las funciones de ambos establecimientos en la historia
se irán revelando de a poco.
Tenemos muy buenos personajes: Hopkirk (difunto), el genial responsable
de QQF; B. Bumble (el consabido excéntrico que muere pronto), apicultor;
Arkadi, villano obsesivo de su imagen; el Príncipe Alí,
apasionado del cricket, y hasta incluso Vincent, el encargado de
hacer el trabajo sucio. Entre ellos se suceden grandes escenas, como la
muerte de Hopkirk a manos de Vincent, en la que el primero se debe haber
sentido un poco como Brandon Lee; o los sucesivos tratamientos de belleza
(por decirle de alguna forma) a los que se somete Arkadi bajo los cuidados
de una chica. El Principe Alí conserva todos los estereotipos de
la realeza de Medio Oriente (muchas esposas, catador, indulgencias varias)
pero con un sentimiento anglófilo que le facilita el trabajo a
Steed. Lástima que Zia Mohyeddin prácticamente no intenta
parecer un extranjero hablando inglés, ya que su acento británico
está al frente. Volviendo a los lugares comunes, este episodio
reúne todos los que la cosmovisión occidental tiene sobre
el mundo árabe, de las lámparas mágicas a los pozos
petroleros, pero en el clásico estilo avenger, todos encuentran
su lugar particular en la historia, desde el teaser hasta el tag.
Laurie Johnson, siempre versátil, no tiene problemas en componer
una banda de sonido acorde a estas situaciones. Y la tan mentada química
Steed-Emma está presente desde el principio, cuando se los ve venir
muy felices (y sueltos) de una fiesta. Por separado también brillan,
sobre todo en los encuentros con Hopkirk, y en los aposentos del Príncipe,
con Steed ganándose su confianza con facilidad y Emma componiendo
a una bailarina retrasada, para luego infiltrarse en el harén (donde
hay un cronograma de los deberes en la semana de las distintas esposas)
y vencer al asesino.
En cuanto a reproches, más allá del acento de Mohyeddin,
está nuevamente el viejo truco del villano-muerto-por-su-propia-arma,
las espadas de plástico brillante, y que, mientras rompen nuevamente
la regla de "no blacks", mantienen la ausencia de sangre con
Ronny Westcott, quien debería haber quedado como un colador después
de una ráfaga de ametralladora, ni decir que no podría haber
sobrevivido lo suficiente para llegar al departamento de Steed. Algo similar
pasaba con el tatuador en Quick-Quick Slow Death.
¿Y por qué Ronny no puede explicarse más claramente
y hacerle el trabajo más fácil a sus colegas, eh? Pero todas
estas, obviamente, son nimiedades. Básicamente este el último
episodio de Los Vengadores auténticamente británico en sus
ideas y realización, antes de que los yankis empezaran a hacer
sentir su influencia para, lenta pero irreversiblemente, terminar arruinando
la serie.
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