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Los Años No
Vienen Solos, Patrick
Los sentimientos de Patrick hacia el revival
de la serie en los ’70 siempre han aparecido mezclados. Los más positivos
tienden, empero, a valorar la experiencia vivida principalmente junto
a dos jóvenes talentosos como Joanna Lumley y Gareth Hunt y como si fuera
poco, Patrick manifiesta haber disfrutado ampliamente al filmar otra vez
en su país, luego de un paréntesis de 7 años. Confiesa además que esos
dos veranos de 1976 y 1977 habían sido “los más espléndidos en Inglaterra
en los últimos 25 años” . No era para menos; no sólo que siempre estuvo
rodeado de buenas compañías, sino que también tuvo la oportunidad de reencontrarse
muy frecuentemente con “su” Diana Rigg y su entonces compañero y futuro
marido Archie Stirling. “Diana estaba a punto de tener a su bebé y
pasé mucho tiempo con ellos, cenando y charlando”, nos cuenta Patrick.
Esa bebé sería Rachael Stirling, única hija de Diana Rigg, que con el
tiempo seguiría los pasos de su madre hasta llegar hoy a ser una joven
y bonita actriz iniciada en el teatro y ya con incursiones en cine y televisión.
Con sus 56 años acercándose furiosamente
en el almanaque, Patrick comenzó a transitar esa etapa que es dura para
cualquier ser humano y adquiere consistencia pétrea para un actor. El
trabajo no obstante, no faltaba: nuevas representaciones de “Sleuth” y
otras obras en Australia, Canadá, Inglaterra y Estados Unidos, nuevas
películas de segunda, pero que al menos aseguraban un buen pasar y nuevos
papeles como estrella invitada en series televisivas norteamericanas (“Hart
to Hart”, “Magnum”, “The Return of the Man From U.N.C.L.E.”).
La vida privada de Patrick parecía estar
en calma, pero no obstante sufriría un fuerte sacudón al despuntar los
’80. Cumpliendo a rajatabla su decisión de no involucrarse sentimentalmente
con ninguna mujer, sus emociones y altibajos se veían balanceados con
la grata compañía de sus hijos. Su madre ya tenía 90 años, seguía viviendo
en Londres y aunque relativamente ágil, requería de esmerados cuidados.
Rupert era un próspero productor televisivo radicado en Los Angeles y
Jenny, viviendo en Palm Springs, mantenía su ojo puesto en el papi. Un
papi que presa de la desesperación se vino volando a la velocidad de la
luz desde Australia a Los Angeles cuando Rupert lo llamó por teléfono
para decirle que Jenny debía ser operada urgentemente de un tumor cerebral
benigno.
Por suerte la historia acabaría con un
final feliz, aunque para ello debió pasar un largo y angustiante tiempo,
en el que Jenny, de sólo 30 años, sufriría más recaídas y más operaciones,
antes de iniciar el lento proceso de recuperación. Esta tensión desató
en Patrick una virtual reacción en cadena, conduciéndolo a un acentuado
y grave bajón anímico. Preocupado por una convaleciente Jenny que aún
padecía incluso, sus ataques de asma, acosado nuevamente por las viejas
heridas causadas por el abandono de sus hijos en 1952 y hasta alarmado
otra vez por sus recurrentes problemas contables en los cuales el debe
se disparaba inexorablemente por encima del haber, acudió a su “fiel”
compañero de siempre. Su consumo de alcohol aumentó en proporción directa
con su peso. Esa situación le valió el llamado de atención inclusive de
sus propios agentes, quienes le recalcaron que en vista de las circunstancias,
sólo podrían conseguirle papeles de gordo perverso y ricachón. ¿Qué hubiera
dicho Steed si habría visto a su mentor en el primer lustro de los ’80?
Sin embargo y aunque Patrick se resistía
a aceptarlo, había una mujer en su vida, una muy buena amiga que había
conocido en una función de caridad en Palm Springs y que hablaba con un
acento raro. También tenía un nombre extraño: Baba Majos de Nagyzsenye.
Era húngara, radicada en Palm Springs y tenía la misma edad de Patrick.
Y aunque Patrick no dudó en confiarle “desvergonzadamente”
(sic) toda la historia de su vida a una adorable Baba que lo escuchó de
principio a fin, aún siguió considerándola como una buena amiga. No cometería
el mismo error por tercera vez: ¡había decidido no volver a casarse nunca
más! Y venía cumpliendo su propia promesa desde hacía más de 15 años...
Pese a los sensatos consejos de Baba, de
sus hijos, de sus agentes y de muchos amigos fieles, Patrick siguió empinando
el codo, sumando cada vez más kilos a su ya deteriorada figura y torturándose
con sentimientos de culpa de toda clase. Finalmente el hígado le prendió
la luz roja.
Fueron necesarias las tajantes advertencias
de tres médicos especialistas para que Patrick por fin se decidiera a
ponerle fin a su affair de casi 40 años con el alcohol. Fue en 1984 y
más allá de todos los logros con su John Steed, estamos seguros que éste
es el verdadero triunfo de su vida.
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