|
Carlos
Nacido
en la provincia de Buenos Aires, donde aún vive, Carlos comenzó
a vincularse con Los Vengadores siendo muy chico (ver foto). Su pasión
por la serie creció de manera análoga a su desarrollo hormonal,
entrando en crisis a los dieciseis años luego de una desilusión
amorosa con Tara King (los conocidos dicen que
la diva fingió no escuchar los desesperados ruegos y proposiciones
que nuestro atribulado colaborador le hacía a través del
cristal de la pantalla). Se cuenta también que ese desafortunado
episodio marcó el comienzo de un extraño comportamiento
que lo aflije hasta el día de hoy: jurarle su amor a cuanta mujer
vistiendo pollera pantalón se cruce por la calle.
Participó activamente del movimiento contracultural de los 70,
especialmente como artista plástico, diseñando afiches de
conciertos y portadas de libros, discos y revistas independientes. Le
gusta definirse como un renacentista, es decir, un tipo que nació
fuera de época y tiene inclinación por las artes y las ciencias.
Durante su vida ha hecho un poco de todo. Fue y es artista plástico,
diseñador gráfico y fotógrafo. También trabajó
como periodista musical especializado en jazz y música contemporánea.
Adquirió desde muy pequeño hábitos intelectuales.
Es decir, le gusta pensar de más. Fue así que desarrolló
gran avidez por la lectura, entre las que prefiere los ensayos y la poesía,
siendo Gastón Bachelard y Dylan Thomas dos de sus autores favoritos
en ambas especialidades. En su momento profesó una preferencia
desmedida por los cuentos de Edgard Allan Poe. Más tarde por Italo
Calvino. Luego por Borges y Cortázar, siempre en el mismo rubro.
Sus amigos intelectuales no le perdonan que le guste el fútbol.
Sus amigos del barrio no entienden a qué se refiere cuando habla
de entropía o de la Teoría General De Los Sistemas aplicada
a los problemas domésticos.
Siempre fue un artista frustrado. No porque su obra no fuera reconocida,
sino poque se desempeña genialmente en una especialidad que subestima.
Le hubiera gustado ser músico. Pero no puede tocar ni la pandereta.
Tal vez por esa razón cultiva una melomanía irredenta que
lo lleva a coleccionar miles de cintas, vinilos y CDs, especialmente de
jazz y música contemporánea. También le gusta el
cine, pero desde un primer momento supo que no sería como Orson
Welles: a los veinticinco años, Carlos no sólo no había
filmado su primer largometraje, sino que todavía vivía con
sus padres.
Hace gala de un malhumor proverbial y casi siempre está ocupado,
aunque nunca se sabe muy bien haciendo qué. Seguramente por esa
combinación fatal producto del poco tiempo y las pocas pulgas,
no le gusta mucho contestar mensajes, aunque disfruta secretamente de recibirlos.
|