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Avengerland: El Reino Del Revés
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Un Mundo De Colores... ¿Verdaderos?

Decime, Andy, ¿qué tiene esa Marylin que no tenga yo?La asociación UK-USA que surgiría desde entonces entre sendas productoras televisivas ABC, otorgó un vuelo adicional a una serie que estaba arribando a la cima de su popularidad. En 1967 la audiencia estadounidense fue la primera en descubrir que Steed tenía ojos intensamente grises y los ondulantes cabellos de Emma Peel eran seductoramente castaños. Había llegado la era del color, para pintar una década a la que empero, no le hacía falta ninguna tonalidad, porque ya las tenía todas.

La nueva etapa policromática sorprendió a Mrs Peel vistiendo minifaldas o ceñidos conjuntos deportivos (los "catsuits" que harían historia) y a Steed luciendo finísimas creaciones de Pierre Cardin. Era el estallido del glamour en el medio de la aún más glamorosa época del apogeo de los Beatles y los Rolling Stones, del "Swinging London", de la psicodelia, del pop. Y así, por la vidriera de Los Vengadores, seguían desfilando originales modelos de expresión para el poder del novel rayo laser y la electricidad, la explotación de las fobias, la terapia de regresión, la transferencia de mentes, la guerra fría, el chantaje y hasta la eterna permanencia de las tiras cómicas.

Sin embargo, los férreos cimientos de Avengerland, parecieron desmoronarse como un castillo de naipes cuando Diana Rigg decidió sacar un pasaje de vuelta y dejarle su lugar vacante a una nueva partenaire. Se cerraba una etapa que de por sí sola llenaría todo un volumen aparte en la historia de Los Vengadores.

La partida de Mrs Peel abrió un hueco difícil de rellenar, no sólo en el corazón de la audiencia, sino también en el de John Steed. Pero una vez más, nuestro gallardo gentleman ya más maduro y menos solemne, se puso firme y recibió sonriente a su nueva socia, la casi adolescente Tara King, soltera y sin apuros, personificada por la canadiense Linda Thorson.

Tara King idolatraría a Steed como ninguna de sus colegas anteriores, otorgándole un cariz casi paternal a esa imagen de caballero incólume. Aunque los fieles seguidores de Emma Peel, despojarían a Tara de todo crédito plausible a la hora de los reconocimientos, aduciendo no sin razón, que la mágica química entre ella y Steed había quedado simplemente reducida a una mezcla de dos caracteres inmiscibles, no por ello esta etapa dejaría de tener su hechizo propio.

Porque las excentricidades no sólo continuaron, sino que también se ensancharon. Sobres vacíos que hacían estornudar hasta la muerte a quienes los abrieran, ciudadanos respetables que se volvían mentirosos empedernidos por beber un vaso de leche, libros misteriosos que hacían enamorar sorpresivamente a sus lectores, o letales cajitas negras que a modo de modernos vampiros del siglo XX devoraban la corriente eléctrica, eran algunas de las rarezas que solían converger en un vórtice pleno de frenesí. También nuestros héroes se vieron envueltos en lo inimaginable, desde Tara en un trozo gigante de manteca, hasta Steed en una exótica pelea en la que su contrincante emergía con un disfraz diferente cada vez que era dejado knock-out.

Como siempre, el sello distintivo de Avengerland quedó estampado en la curiosa modalidad con la que se abordaban temas que iban desde las super-computadoras y los códigos cifrados, el poder del sol, la esquizofrenia y el interrogatorio psicológico, la cirugía plástica o el contrabando de armas en las dictaduras del tercer mundo, hasta un homenaje a las épocas de Jack, el Destripador. Y quizás como presagiando lo que vendría, esta serie con un paso más allá en el tiempo, nos mostró, a través de un episodio más bizarro que su propio título, que la muerte también puede tener su encanto, ya que el paraíso parece estar al alcance de todos...

Pero ya corrían los finales de la década del '60 y la alarma de su reloj imaginario estaba a punto de sonar con estridencia, como signo inequívoco de que había que despertar de un largo sueño.

Claro que la realidad era mucho menos glamorosa. Los conflictos, las presiones, los intereses y las inexplicables maniobras que rodean el comercio televisivo, se convirtieron en asesinos a sueldo de nuestros "Vengadores" y apuntando sus cañones sin piedad, dispararon violentamente contra una serie que se había convertido en el emblema por antonomasia de la no-violencia.

La rápida asignación de chivos expiatorios tendió una cortina de humo para disipar el verdadero reparto de culpas y ya en los albores de los años '70, que trajeron consigo otra época, otro mundo, otros personajes, otros mercados, otras tendencias, otras estéticas, Los Vengadores pronto cayó en un incomprensible olvido. No hubo lamentos, no hubo remordimientos. Al fin y al cabo, se trataba de la culminación de una serie televisiva más, a la que seguramente le sucederían muchas otras. Y eso poco importaba en este nuevo escenario de los '70, que insistentemente miraban para adelante. Pero detrás quedaban las cifras: 161 episodios producidos y 130 países en los que la serie fue vendida, constituían un record que hasta el día de hoy, no ha sido superado.

Años después sin embargo, en épocas en que el video aún era una meta... altamente improbable pero no imposible y que Los Vengadores reposaba cansinamente en la memoria de más de un nostálgico, empresarios de alto valor agregado pero de bajo espíritu creativo se pusieron de acuerdo por única vez para intentar un revival de la serie. Nuevamente la producción original estuvo allí; el músico que paseó la melodía del show alrededor del mundo estuvo allí; Patrick Macnee, el único capaz de pintar a John Steed de cuerpo entero, estuvo allí.

Con el aporte de dos jóvenes figuras, Joanna Lumley y Gareth Hunt, quienes en sus respectivos roles de Purdey y Mike Gambit, constituirían por primera vez un terceto junto a Steed, Los Nuevos Vengadores se instaló en la pantalla británica en 1976. Era la nueva versión de la gloriosa serie de los '60.

No obstante, pronto quedó claro que este revival no habría de continuar los pasos de su mágica antecesora. Tampoco se podía pretender demasiado: si hay algo que caracterizó la década del '70, fue la ausencia de magia, de embeleso, de encanto. Ya no se vivía en una época de éxtasis en ninguna parte del mundo... y mucho menos en la Inglaterra de ensueño cuyos contornos había dibujado prolijamente la serie original. Era éste un mundo de violencia, de sexo manifiesto, de inquietante desconfianza. Un mundo donde ya no era tan sencillo escapar de la realidad, como lo proponían las fantasías de QQF ("Quite, Quite Fantastic") o de "Escape in Time" ("Escape en el tiempo").

Con su evidente carencia de ese humor "tongue-in-cheek" que había perfilado épocas pasadas y con sus relatos más crudos y menos sofisticados, "Los Nuevos Vengadores" hizo lo que pudo para mantenerse a través de veintiséis episodios impecablemente realizados y hasta secretamente placenteros, si eran mirados bajo otra óptica y con otras intenciones. Pero nadie ponía en duda que el glamour del viejo show, se había transformado en un elemento utópico de su receta básica.

Al año siguiente, Los Nuevos Vengadores ya era cosa del pasado. Una vez más, la historia de una serie que acababa de agregar un nuevo capítulo a su ya gigantesco tomo de 187 episodios, caía en el más ignominioso olvido.

Aunque pensándolo bien, más que un olvido, fue un prolongado letargo.

Ya en los '90 y con los avances de la tecnología puestos al servicio de la restauración de joyas inoxidables, Los Vengadores –y hasta Los Nuevos Vengadores– resurgieron como el ave fénix y gracias a la digitalización, al video, a la televisión por cable (¿y al cine?) inundaron las pantallas alrededor del mundo con una fuerza pocas veces vista. Tal vez haya sido el despertar de este gigante dormido, el que fue capaz de hacernos comprender porqué hoy en día, al hablar de Los Vengadores, hacemos referencia a un innegable clásico de culto.

Mrs Peel, líder de la resistencia monocromaPorque así es como realmente se valoran las grandes creaciones que supieron aparecer no sólo acordes con su época, sino también adelantadas: teniendo la oportunidad de poder apreciarlas mucho tiempo después. Es quizás, el momento en que uno se da cuenta que en la frágil televisión coloidal de nuestra época, los verdaderos valores decantan sin diluirse jamás, mientras que los productos ligeros quedan sobrenadando eternamente en los vaivenes de las modas cambiantes.

Un cúmulo de factores concurrentes es lo que se convierte en elemento clave a la hora de decidir porqué Los Vengadores de los '60 fue una serie tan especial. Una serie que se desplazó por una Inglaterra virtualmente inexistente, plagada de contrastes entre la época victoriana y un universo futurista. Una serie que pintó una Londres donde raramente se mostraban sus habitantes "reales", donde no había chicos ni policías, donde la raza negra era apenas representada y donde nunca se vio sangre. No se trataba de snobismo ni de racismo, sino de evitar a toda costa el contacto con la realidad social, que hubiera conspirado abiertamente con el mundo de hadas en el que se pretendió encerrar cada una de las historias.

Pero dentro de ese mundo de hadas, las distintas facetas del comportamiento humano se reflejaron con innegable nitidez. Era necesario leer entre líneas, claro, pero no tanto como para apreciar que una de las metas de los guionistas radicaba en analizar y ridiculizar ciertas obsesiones bien instaladas en la conciencia de ciertos individuos, como la codicia, la venganza y las desmedidas ansias de poder. Todo contado por medio de los personajes y los escenarios más extravagantes y con el más desprejuiciado, cáustico, punzante sentido del humor.

Arquetipo de un mundo definitivamente igualitario para los únicos dos sexos que lo pueblan, Los Vengadores le demostró a la audiencia, por primera vez en una serie televisiva y en épocas en que aún la idea era abordada con cierto recelo, que la mujer significaba mucho más que un ser irremediablemente destinado a poner caras bonitas, lavar platos, engendrar hijos o empezar a los gritos ante una agresión física. Irónicamente, ninguna de estas cualidades se le concedieron a las "Vengadoras" de la pantalla, poseedoras de una inteligencia superior, expertas en defensa personal, dueñas de una categórica independencia... y no necesariamente desprovistas de belleza, sensualidad ni seducción.

¿Cómo una serie con todas estas peculiaridades, no iba a estar exquisitamente condenada a abrir senderos, a plantar mojones, a señalar épocas, a trazar tendencias, a perdurar por siempre en la implacable escala del tiempo?

Hace ya 40 años, cuando Los Vengadores aún era un bosquejo del que tal vez ya se vislumbraba que haría temblar estanterías en un futuro no muy lejano, alguien le dijo a Patrick Macnee en medio de un singular y entendible desconcierto: "Patrick, querido, por lo que me contaste de esta serie lunática, todo aparece de atrás para adelante, de arriba para abajo y de adentro hacia afuera" ("Blind In One Ear", Mercury House, 1989, p. 209).

Sí, era "el reino del revés", algo así como lo que cantaba María Elena Walsh en nuestra época de la infancia, precisamente allá en los años '60.

Quizás, un reino del revés que sin proponérselo, hizo lo suyo para intentar enderezar una ínfima porción del mundo en que vivimos. Y si todo quedó en el intento, al menos nos regaló un polifacético cristal para observarlo mejor.

Terylene, Mayo 2001

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