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Avengerland: El Reino Del Revés
escribe Terylene
Paradigma
de un universo surreal, sólo acotado por los infinitos confines
de la imaginación humana y epítome de una década
sin par, que supo condensar el libre albedrío de sus tiempos en
una mixtura de mágicas pinceladas, Los Vengadores (1961-1969) discurre
gloriosa e impertérrita sobre una alfombra de lujo, dejando a su
paso una fragancia exquisitamente perenne.
No hay edad para Los Vengadores, ni tampoco
la habrá, más allá de que el calendario pretenda
aferrarse a las odiosas estadísticas de turno. Son en cambio sus
contenidos y la forma de abordarlos, sus temáticas, sus
tendencias, su expresión visual, su estética en general,
los ingredientes que la mantienen vigente como una rosa recién
cortada, como un manantial eternamente surgente.
Un Mundo En Escala De Grises
Concebida dentro de la magna creatividad
de un visionario productor canadiense afincado en Londres, justo cuando
despuntaban los primeros rayos de los años '60, Los Vengadores
fue puesta frente a las pantallas televisivas británicas como la
versión remodelada de un policial de bajo rating.
Sin
embargo ya desde el vamos los esquemas parecieron deslizarse por terrenos
colindantes con la elegancia y el refinamiento. Dos actores convocados
para tal fin, Ian Hendry y Patrick Macnee, le darían vida a sus
respectivos personajes, Dr David Keel, el médico "inocente
y moral" y John Steed, el super-espía "sofisticado
y amoral", basados en la espontaneidad que afloró de ellos
mismos gracias a una inmediata y armoniosa camaradería.
A través de veintiséis episodios,
el binomio Keel-Steed protagonizó historias que no se movían
mucho más allá del contexto del policial convencional, pero
la audaz premisa de "tomar lo ordinario y volverlo extraordinario"
comenzó a emanar con insistente avidez de los guiones y las performances
y se convertiría en uno de los cánones de oro que coronarían
la serie de ahí en más.
Luego de abordar, aunque de soslayo, preocupaciones
clave de los '60 que iban desde los negocios ilegales, el abuso de drogas,
los efectos de la radiación, la extorsión y el asesinato
político, hasta la prostitución vía telefónica,
la emisión de los episodios de esta etapa sufrió un obligado
impasse tras una huelga de actores, que le puso un candado a la inventiva
y la inspiración. Meses después y ante el alejamiento de
Ian Hendry, el primer capítulo de esta historia quedaba irremediablemente
cerrado y el futuro de Los Vengadores se sumergía en
un panorama ensombrecido.
Pero más allá de la partida
de su estrella principal, la producción se había quedado
con la figura que entonces pasaría a ser el ícono por excelencia
de lo que mucho después, adquiriría las dimensiones de un
clásico indiscutido. El señor Patrick Macnee, con su inmaculada
estampa inexorablemente británica, comenzó a dirigir la
orquesta empuñando su paraguas a modo de batuta y se sacó
el bombín para saludar con gracia y decoro el arribo de una dama,
que por primera vez habría de ser parte esencial del espectáculo.
La sociedad constituida ahora por la joven
antropóloga viuda Mrs Catherine Gale, papel interpretado por la
actriz Honor Blackman y el distinguido espía del Servicio Secreto
John Steed, ambos aunando esfuerzos y combinando aptitudes en su lucha
para "poner bien lo que está mal", no tardó
en hacer añicos los preceptos que gobernaban las arcaicas pautas
televisivas de entonces.
Fueron los tiempos en que el público
de 1962 asistió atónito a una convocatoria semanal donde
hombre y mujer se movían con idénticos códigos en
un plano de equidad intelectual, en el cual la mujer, embutida en sensual
ropaje y botas de cuero oscuro, demostraba sin tapujos tanto su independencia
como su resistencia física y el hombre de finos modales admitía
sin recelo que ella era su igual y no su subordinada. Pero claro, el impactante
efecto no hubiera sido tal, si no se permitía hacer brotar una
sutil corriente sexual insistentemente oculta, que envolvió
a estos dos "Vengadores" en un manto legendario y le estampó
a la serie una impronta que perduraría de ahí a la eternidad.
Aunque
la presencia de Cathy Gale sería el poderoso atractivo de esta
etapa, Steed supo también tener otros socios, como aquel otro hombre
de la medicina de dicción suave, el Dr Martin King (personificado
por Jon Rollason) o la joven y chispeante cantante de club nocturno Venus
Smith (interpretada por Julie Stevens).
Nuevas e interesantes temáticas
serpentearon por entre los libretos que, obedeciendo a las magras tecnologías
de entonces, quedaban plasmados en transmisiones en vivo, o en el mejor
de los casos, en videotape, creando un amplio margen para la improvisación
y haciendo de ella todo un arte. La fascinación por lo oculto,
la preocupación por misiles de alta tecnología, los peligros
del espionaje industrial, el advenimiento de falsos adivinos y curanderos,
la amenaza permanente de guerras nucleares o bacteriológicas y
la alusión subliminal que clamaba por la preservación de
los elefantes y las ballenas, han sido entre otros, muchos de los tópicos
en los que no sólo se intentó dejar un mensaje, sino también
sentar un precedente con el inconfundible toque "Avengerish".
Con el fin del reinado del primer lustro
de los '60, Los Vengadores también tuvo que despedir
a Honor Blackman, la que encandilada por los brillos de la estrella de
James Bond, abandonó a su Mrs Gale y a nuestro cabizbajo Steed.
No obstante los fuegos fatuos de la incertidumbre
no tardaron en aplacarse cuando, decidida a continuar con un éxito
cantado en todo el Reino Unido, después de una experiencia frustrada
y tras una afanosa búsqueda, la producción tomó conocimiento
de que existía una muy joven actriz llamada Diana Rigg.
Todo dicho. Enfundada en su personaje de
Mrs Emma Peel, portando una vez más su tarjeta de viuda independiente,
experta en karate, dueña de un imbatible cociente intelectual y
vistiendo ropas y botas de brillante cuero, Diana Rigg había llegado
para elevar el éxito de Los Vengadores a una potencia
en la que difícilmente la matemática tuviera algo que ver.
En un marco donde del videotape se pasó
al film, en donde la banda sonora irrumpió con un pentagrama diferente,
donde un trío de ilustres innovadores tomó las riendas de
la producción y donde la remodelación con respecto a épocas
anteriores fue tajante y radical, las aventuras del ahora super-dandy
Steed y su Mrs Peel salieron disparadas como un cohete, abriéndose
camino hacia un universo exclusivo y dejando tras de sí una estela
de fantasía.
Los guiones se volvieron delirantes y llenos
de significado encubierto en ese mundo no oficialmente llamado Avengerland;
los personajes también lo hicieron, los pequeños detalles
más aún. Ahora un submarino radio-controlado de juguete
podía tornarse mortífero, al igual que inocentes lapiceras
que ciertos ejecutivos guardaban en su saco, o una cándida viejita
que paseaba en bicicleta. ¿Hombres que se ahogaban bajo una lluvia
torrencial que no obstante, sólo formaba un charco alrededor de
sus pies? ¿Plantas carnívoras procedentes del espacio exterior?
¿Una espesa jungla a sólo pocas millas de Londres? ¿Un
campo de concentración en el sótano de un lujoso hotel?
¿Acaso un cliente podría hacer explotar una bomba atómica
por el solo hecho de comprar un lavarropas en una tienda tipo Harrods?
Y una vez más, detrás de
todo este delirio expresado del modo más extravagante, rayano en
el absurdo y acomodado en el claroscuro de un blanco y negro hitchcockiano,
se escondían tópicos del momento, tan increíblemente
candentes como la infiltración y la subversión, la automatización,
el lavado de cerebros, el condicionamiento hipnótico, la telepatía,
los satélites en las comunicaciones... y claro, ¡la liberación
femenina!
La onda expansiva de semejante despliegue
de talento y buen gusto, inusitado en la televisión de entonces,
llegó a los países del continente europeo y pronto se propagó
a través del Atlántico. Emma Peel y John Steed, catalizadores
absolutos de una mutua química de reacciones en cadena y a esa
altura, casi dueños de sus propios guiones rebosantes del más
irónico y mordaz sentido del humor, no tardaron en conquistar el
mercado norteamericano.
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